Recuerdos y vivencias en Moto. Para entretenerme/nos un ratillo...

lunes, 28 de febrero de 2011

Motos, Paseos y Recuerdos. Parte 1.



Un buen día -o tal vez era de noche, no estoy muy seguro de ello- sin saber como ni que qué manera, descubrí que era motero.


Y eso, a pesar de que ésta palabra aún no existía por aquellos entonces, pues hablamos de que aún era un chavalín, y mis 50 tacos recién cumplidos dan para haber visto evolucionar un tanto el mundo, el de las motos, y también el otro...


No sé si serían aquellos viajes moteros de pie en el vano de la Vespa con mi buen y querido tío Andrés, casi siempre por caminos, ya que el trayecto principal -unos 15km o así, entre ida y vuelta- era para recoger a una hermana suya, y tía mía por tanto, que era Maestra Rural -escribo ambas palabras con mayúsculas porque creo que lo merecen-, cuando los Viernes finalizaba su jornada semanal en la Casa-Escuela de la que era titular, en las sierras cercanas a Puerto Lumbreras, la población donde siempre he vivido.




Tal vez fuera aquella vez en que, corto de abrigo para los rigores invernales que por aquí se estilan -a pesar de que algo ha cambiado, y ni los fríos de ahora son como los de antes-, cogí tal enfriamiento en la dichosa Vespa que me costó varias semanas de cama y tener que tomar algunos botes de Aceite de Hígado de Bacalao, cucharada a cucharada -no sé si es que con la Aspirina no era suficiente, o que tal vez que aún no existía, o lo mismo fue capricho del amable doctor que me atendió, lo que si sé es que aún oigo nombrar el dichoso aceite y un extraño malestar me invade, principalmente en paladar y estómago...-.


Bueno, pues por alguna de estas -o de cualquier otra- circunstancia, bien sea por aquello del aire frío en la cara, bien por lo agusto que se iba en el vano de la Vespa, sin tener que pedalear como en la pequeña bicicleta que era el único vehículo de que podía disponer, bien porque aquel aceite igual no obró el efecto sanador que se le suponía, y en su lugar me imbuyó del ruido del motor y del incesante girar de las ruedas, la cuestión es que, tal como digo, me vi, sin comerlo ni beberlo, convertido en motero aficionado, de alma y de corazón, aún cuando la tradición motera familiar se veía limitada a un par de Vespas, de las que disponían dos de mis tíos, más como vehículo de faena que como de recreo, si bien también para esto servían, ya que en aquellas fechas pocos eran los coches disponibles, y menos a título particular...


Las primeras ruedas de mis andanzas -y enseñanzas- moteras, ya al mando del manillar, tuvieron el honor de ser, como no, las del pobre Vespino de mi padre, que había comprado -11.500 pesetas costó, aún lo recuerdo- para servirse de él en sus necesarios desplazamientos por estos contornos, ignorando ambos -el Vespino, y mi buen padre- lo que le esperaba a aquella máquina....


Poco importaba que aún no dispusiera -cosas de la edad, quien lo diría...- del necesario permiso para su conducción, ya que los abundantes caminos, por ramblas y pistas de todo tipo que por aquí abundan era terreno abonado para nuestras escapadas -mi hermano, algo mayor que yo, también colaboraba en aquello de dar gas y pasearnos cómodamente-, y los intentos de mi padre por limitarnos los paseos no siempre eran todo lo efectivos que el hubiese querido, teniendo que visitar la gasolinera local con más frecuencia de la que el deseaba, en alguna ocasión incluso lata en mano, para reponer el líquido que se había agotado por completo en el depósito de combustible del Vespino, quien sabe como y de qué manera...




Como curiosidad, recuerdo que, para limitar nuestros paseos, miraba los kilómetros que llevaba recorridos la moto y nos ponía un máximo de, digamos 15 km... Que una vez recorridos, volvían hacia atrás en el marcador poniendo la moto en el caballete central y sentándonos uno en la parte trasera del asiento, de forma que la rueda delantera quedase al aire, y haciendo el otro girar ésta en sentido contrario golpeando con la mano en la parte central del neumático, faena en la que nos turnábamos ambos hermanos, no sin alguna que otra discusión sobre quien había estado menos o más tiempo en aquella acción, que lógicamente nos cansaba bastante el brazo, además de terminar con la mano dolorida.... pero la recompensa, en forma de kilómetros adicionales de disfrute, lo merecía.

Una vez con el correspondiente permiso que me acreditaba como conductor de ciclomotor en mi poder, nuevos horizontes se abrieron ante mí, como por ejemplo la posibilidad de viajar a la vecina población de Lorca, con algún que otro colega más, generalmente a ver alguna peli en el cine... aún cuando estuviesemos en el mes de Enero, con las cumbres de la cercana Sierra de María y Los Velez blancas de nieve, y la salida de dicho cine, y posterior regreso motorizado, fuese a partir de las 12 de la noche, con la temperatura ambiente a juego con lo descrito...

...Entre otros remedios casero tuvo mi madre que proporcionarme agua caliente, de forma que pudiese meter los amoratados pies en ella intentando recuperar la casi inexistente circulación sanguínea en aquella parte de mi cuerpo que era de las que mas había sufrido los rigores del paseo.


Mi futura afición a las salidas y paseos invernales en moto comenzaba a fraguarse solidamente.